SIMON REYNOLDS
De cuando en cuando alguien me pregunta: “¿Por qué estás tan metido en la música electrónica y esa historia de la cultura de baile? ¿Qué pasa con todo eso? ¿Qué lo hace tan diferente?”. Algunos añaden un matiz ligeramente combativo a la pregunta, apuntando que siempre ha existido música “de baile” y que la gente puede bailar cualquier clase de música que le plazca, incluso la de grupos tan poco funk como The Smiths o R.E.M. Otros, todavía más afilados, apuntan que casi todo el pop de hoy en día es “electrónico”: usa sintetizadores, secuenciadores, sampling y software de edición digital como Pro Tools, y procesa sonidos acústicos “naturales” – como la voz humana o la batería- a través de efectos, filtros y otros sugerentes sortilegios de la técnica. Y, después de todo, ¿no es la guitarra eléctrica un instrumento electrónico?
Todas son buenas apreciaciones, pero lo cierto es que la cultura electrónica de baile supone una entidad distinta. Lo que sigue es mi intento de abocetar los principios fundacionales que dan a la música electrónica de baile su coherencia como campo cultural definido. No todo exponente de esta música se ajusta a cada uno de los criterios, y algunos desdeñan activamente “las reglas”. Pero, a grandes rasgos, estos parámetros definen el amplio y abierto campo de posibilidades que da cobijo al género. Por supuesto, es un campo de fronteras porosas, a través de las que se filtran influencias de áreas musicales vecinas. En términos sónicos, los más influyentes de estos vecinos son el hip hop, la música industrial, la experimentación electrónica de vanguardia y el dub. En terminos de actitudes y valores, el rock –en todas sus formas, desde la psicodelia hasta el punk- ha tenido un gran impacto en la cultura electrónica. De la locura rave a la sesuda experimentación de vanguardia, la electrónica se ha convertido en heredera de la seriedad rock, de su confianza en los poderes de la música para cambiar el mundo ( o, por lo menos, la conciencia de un individuo ), las nociones de progresión o subersión, la visión de la música como algo más que ocio. Y sin embargo, sus principios fundacionales desmantelan las ideas del rock respecto al modo de trabajar de la creatividad, la definición de arte y la localización del significado y el poder de la música.
Nota: Este texto, está extraído del libro: Loops Una historia de la música electrónica. Un trabajo estupendo y muy completo, creado por Javier Blanquez y Omar Morera, con el prólogo de Simon Reynolds, y otras tantas participaciones importantes.